El estrés oxidativo presenta un papel determinante en el desarrollo de un grupo de procesos fisiopatológicos, determinando en ellos una evolución corriente o perjudicial.
El envejecimiento se define como el conjunto de modificaciones morfológicas y fisiológicas que aparecen como consecuencia de la acción del tiempo sobre los seres vivos, que supone una disminución de la capacidad de adaptación en cada uno de los órganos, aparatos y sistemas, así como de la capacidad de respuesta a los agentes lesivos que inciden en el individuo.
Este proceso está estrechamente relacionado con la presencia de agentes oxidantes en el organismo humano. La relación que existe entre este proceso y los radicales libres está determinada por tres factores fundamentales:
– la producción de oxidante,
– el nivel de defensa antioxidante y
– la extensión del daño por los oxidantes.
Una de las ideas acerca del proceso de envejecimiento, es que este ocurre producto a que en el metabolismo aerobio se producen incidental e incontrolablemente especies derivadas del oxígeno que, una vez generadas, promueven reacciones que dañan macromoléculas. Este daño irreversible se acumula con el tiempo resultando en una pérdida gradual de la capacidad funcional de la célula.
Otro de los factores que propician el deterioro acelerado de los componentes celulares son los cambios en el nivel de estos agentes oxidantes y, por tanto, en el estado redox de la célula, que ejercen alteraciones en el balance iónico intracelular y en las propiedades estéricas de la cromatina, por formación de puentes disulfuro y enlaces iónicos entre las proteínas.
El estrés oxidativo es causa y mecanismo fisiopatológico de diversas enfermedades, tales como Aterosclerosis e Hipertensión arterial, siendo la lesión endotelial uno de los pilares más importantes de su origen. Además, está presente en el envejecimiento cuya expresión es el daño paulatino e irreversible de las células.